- ¿Adónde vamos? - Me preguntó Gerard con voz impaciente.
- ¿Siempre tienes que preguntarlo todo? - Le respondí con otra pregunta.
- ¿Por qué me contestas con una pregunta? - Me dijo, indignado.
- No soy la única - le miré de soslayo.
- No has respondido a mi primera pregunta - Gerard entornó los ojos.
-
A la biblioteca - puse los ojos en blanco -. Y antes de que me
preguntes para qué, es para consultar algo sobre antiguos mitos
vampíricos.
- ¿Esas cosas vienen en libros de la biblioteca? - Gerard se quedó anonadado.
- Sólo si las busca la persona adecuada - sonreí al ver el enorme edificio que era la biblioteca.
Mientras
Gerard deambulaba por la biblioteca como un niño perdido, encontré el
libro que andaba buscando. "Mitos y leyendas vampíricos", ese era el
nombre que adornaba las pastas del libro.
Comencé a pasar las
páginas, leyendo los títulos de cada mito, de cada leyenda, hasta dar
con la que buscaba. Por fin la encontré.
- La leyenda del humano vampiro poderoso - susurró la voz de Gerard por encima de mi hombro.
Sobresaltada,
di un brinco y le solté un bofetón a Gerard, éste retrocedió como un
animal, aterrorizado, se llevó la mano a la ardiente mejilla.
- Lo siento - murmuré, la expresión de Gerard era de sorpresa.
Le
contemplé alejarse aún con la mano en la cara, mientras me fulminaba
con la mirada e intentaba no reírme. Volví a fijar la vista en el libro.
Comencé a leer la leyenda.
"Un humano nacido de una vampira,
poseedor de un don altamente sobrenatural, incluso para la raza de los
no-muertos."
"Se llevará a cabo un ritual en el que el humano pasará a
ser un Hijo de la Noche."
"Guiará y liderará el clan más poderoso."
"Poderes extraños, nunca vistos; caminar bajo el sol, procrear una nueva
raza de vampiros, descendencia..."
"Su compañera poseerá los poderes."
Madre
mía, ¿todo eso iba a hacer Gerard si se convertía en vampiro? Tenía que
impedírselo, si el muchacho se enteraba de ello, no sólo no querría ser
un vampiro, estaría encantado. Me llamó la atención un párrafo.
"Poder
de convertir vampiros en humanos, únicamente mujeres. El sujeto no
deberá ser un vampiro, copulará con la vampira, la morderá al amanecer y
ella volverá a ser lo que una vez fue, humana."
Un momento, podría
volver a ser humana, y el podría ser humano sin necesidad de
convertirse. Un sentimiento muy extraño me envolvió. Aprovecharme de
Gerard. Leí y memoricé todos los pasos que debía seguir. Quería volver a
ser humana, podría vivir la vida que nunca tuve, la vida que me
arrebataron.
Aunque me dolía, no me aprovecharía de Gerard sin
contárselo, podía pedirle que me liberase y convertirse él. Incluso
después podía marcharse con lady Heras o con quien le diera la real
gana. Sólo tenía que pedírselo, cuando llegara el momento.
Suspiré y cerré el libro de golpe. Gerard, creo que me estaba encariñando con él, como me encariñé con Richard. Ladeé la cabeza, atontada. ¿Qué tenían ellos dos? ¿Qué sensación tenía yo, que estaba obligada a protegerlos?
Suspiré de nuevo antes de dejar el libro en su sitio, giré sobre mis talones y busqué a Gerard con la mirada. Lo encontré hablando con la bibliotecaria, un rubita joven, que no tendría más de diecisiete años, la cual coqueteaba con Gerard vistosamente, él simplemente eludía sus indirectas.
- Aquí esta mi novia - soltó Gerard cuando llegué junto a ellos. La chica emitió un gemido de enfado y me miró algo mal.
- Vuelve a mirarme así y te parto una silla en la cabeza - le dije a la chica con la voz más fría posible.
- Cariño, no seas antipática - Gerard pasó un brazo por mis hombros. La muchacha retrocedió.
Le dirigí una mirada asesina y me aparté de él para salir de la biblioteca. Gerard se despidió de la chica, la cual no hacía más que mirarme aterrorizada, y salió detrás de mí.
- Hey, ¿qué pasa? - El muchacho se puso a mi lado -. Si ha sido gracioso.
- No estoy para bromas - era cierto, si hubiera estado de humor, le hubiera seguido el juego, pero tenía en mente ser humana, tenía en mente a Gerard y a Richard.
Gerard no dijo nada y se limitó a quedarse en silencio, caminando a mi lado. Agradecí su silencio, porque no quería discutir, y menos aún con él. No podía dejar de pensar en todos los problemas que tenía; Lady Heras, Alphonse, Botiche, el mito del vampiro y las ganas de ser humana aprovechándome de Gerard.
Al cabo de un rato, Gerard y yo llegamos de nuevo al bloque de pisos, subimos la escalera en silencio, y así continuamos al entrar.
Me dirigí a mi habitación sin preocuparme de lo que hiciera Gerard, cerré la puerta, sumiéndome en la oscuridad y dejando que el frío del cuarto me envolviera completamente. Me eché sobre la cama y enterré la cara en las manos.
No había llorado desde la muerte de mi madre, ni siquiera lloré con la muerte de Richard, pero iba a llorar, notaba el calor de las lágrimas. Era raro, una fría vampira que lloraba lágrimas calientes, el hombre que me convertió me obligó a no llorar nunca, me pegó para que no llorase, pero era la primera vez que iba a llorar desde que aquel hombre me "educara".
Reprimí el sonido del llanto, o por lo menos lo intenté, pero no pude. No pude reprimir nada. Me sentía como una idiota, un monstruo que no hizo nada por salvar a su madre; un monstruo que dejó que su amado muriera y no se quitó la vida por ello, ni lloró por él; un monstruo que quería aprovecharse de un muchacho para recuperar la humanidad.
Así era yo.
Seguí llorando y ahogándome con mis lágrimas, ocultando el rostro tras mis manos. Oí que la puerta de la habitación se abría lentamente.
- ¿Eve? - Susurró Gerard, con la voz preocupada.
- Márchate - mascullé, con la voz ahogada.
Gerard no se marchó, oí que se acercaba a la cama y se sentaba a mi lado. No podía mirarle, no quería que me viera así, nadie me había visto llorar, sólo aquel hijo de puta que mató a mi madre, pero no vivió para contarlo.
- Eve - dijo Gerard, junto a mí. Me alejé de él, tumbada en la cama, no quería mirarle -. Evelynn.
Había dicho mi nombre completo, con una voz tan suave y cálida que no pude reprimir mirarle. Me giré y me quedé petrificada, Gerard tenía la mirada más dulce que había visto en mi vida, ni Richard me había mirado así.
Gerard me rodeó con sus grandes brazos y, aunque yo tenía más fuerza que él, no me resistí y dejé que me acercara hacia él y me abrazara fuerte. Gerard era cálido, supuse que debía estar pasándolo mal porque yo era más fría que el hielo, pero pareció no importarle.
Enterré la cara en el pecho de Gerard y sollocé, sin saber por qué, ya que no podía llorar con alguien, pero él tenía algo especial, algo que me hacía sentirme bastante bien. Gerard apretó aún más su abrazo y le abracé yo también, apretándome contra él.
- Evelynn - susurró Gerard a mi oído -. ¿Qué te ocurre? ¿Por qué lloras?
Alcé la cabeza y Gerard me pasó una mano por la mejilla, apartándome las lágrimas, y pude ver su cara de desconcierto cuando notó que estaban calientes.
- Aún hay algo humano en ti - me dijo.
Negué con la cabeza, él me levantó la barbilla y me miró a los ojos. Asintió con la cabeza y posó sus labios sobre los míos, dándome un suave beso, no pude evitar seguirle. Era tan cálido... Gerard me abrazó, pasándome las manos por la espalda, acariciándome lentamente, pero noté que mi cuerpo se calentaba y me asusté, separándome de él.
- ¿Qué pasa? - Gerard me miró sobresaltado.
Me miré las manos, estaban ardiendo. Estaba caliente. ¿Cómo era posible? ¿Eso quería decir que el mito era cierto? Miré a Gerard de hito en hito.
- Puede ser... - mascullé, mirándole a los ojos.
- ¿Qué puede ser? - Gerard me puso las manos en los hombros.
Tranquilicé a Gerard y me decidí a contarle y explicarle mi encuentro con Lady Heras, lo que Alphonse me había dicho y el mito del vampiro, omitiendo la parte en la que debería volverme humana.
MaGaWa
BIENVENID@ AQUÍ TIENES LOS APARTADOS DE LAS ENTRADAS
sábado, 5 de enero de 2013
jueves, 27 de diciembre de 2012
Conductora nocturna
- ¿Subes o no? - George me miraba impaciente.
Giré la cabeza, dirigiendo mi mirada hacia otro lugar. No quería subir al coche, no quería estar a solas con él, quería irme a casa. No sé qué impulso me empujó a subirme, pero sujeté la puerta y me senté en el asiento del copiloto.
- ¿Adónde vamos? - Me preguntó George nada más cerrar la puerta.
- Pues - lo dudé un momento -, al parque Serrain. Esperaremos allí a mi amiga.
- Como quieras - susurró George antes de acerlerar el coche.
Nada más llegar al parque, hizo que el coche girara sobre sí e hizo un círculo casi perfecto. Me miró de soslayo, sonriendo. Le dirigí una mirada fulminante.
- No hagas el idiota - le advertí.
George se puso serio y aparcó el coche. Miré por la ventana, dándole la espalda y a mis labios asomó una sonrisa malévola. Me sentí, no importante, sino dominante.
- Seguro que tú lo harías mejor - dijo con sarcasmo.
- No lo dudo - le respondí, mirándole mal.
- ¿Sabes conducir? - Me miró intrigado, esperando una respuesta negativa.
- Por supuesto - le miré con mala cara, acto seguido sonreí sin poder evitarlo.
- Muy bien - George arrancó el coche, dio media vuelta girando bruscamente y salió rápidamente del parque.
- ¿Adónde vas? - Le pregunté, de nuevo de mal humor.
- Al campo - me respondió gritando por encima del volumen de la música, que acababa de subir -. Concretamente a un camino.
¿Para qué me iba a llevar a un camino? No me asustaba, podía noquearle si quería. George llegó al límite de la calle y giró a la izquierda, pisó el acelerador y entró en el primer camino. Había portones a izquierda y derecha: naves y corrales. Una pequeña colina apareció a la derecha. George continuó recto, pasando por corrales, en medio de la oscuridad, exceptuando lo que alumbraba la luz de los faros. De repente se paró y bajó del coche.
Contemplé la oscuridad parpadeando varias veces hasta que mis ojos se acostumbraron a la penumbra. George estaba atrás, trasteando con los asientos traseros, sacando un par de altavoces y colocándolos en los asientos inclinados. George volvió a subir al coche y continuamos camino adelante. Se distrajo con el móvil y tuve que agarrar el volante con la mano izquierda, por suerte no iba a más de veinte.
- Eso está bien - me dijo, cogiendo el volante de nuevo.
George siguió recto todo el camino. Hurgaba tranquilamente con la radio, conectada a su móvil para poner música. No hacía más que poner reggaeton. Suspiré, indignada.
- ¿No te gusta? - Me preguntó sin mirarme.
- Me gusta el heavy metal - dije malhumorada -. Y el rock alternativo.
- ¿No jodas? - Me miró con los ojos muy abiertos. Asentí.
No sé qué tenía la gente cada vez que le decía mis gustos musicales. Me respondían que tenía cara de escuchar reggaeton, que tenía cara de pija. No sé cómo no me había muerto del asco. George paró el coche de nuevo, en mitad de la nada, en mitad de un camino. Ya no había naves o corrales, sólo se veía campo oscuro y algún que otro huerto. El muchacho salió del coche y se dirigió a mi lado, abrió la puerta y me miró impaciente.
- ¿A qué esperas? - Me preguntó -. Conduce.
Me quedé un momento boquiabierta, hasta que reaccioné y me moví, sentándome en el asiento del.conductor. Coloqué una mano en el volante, el pie izquierdo en el embrague, el derecho en el acelerador y la mano derecha en la palanca de cambios.
- Adelante - me dijo George subiendo el volumen de la música.
Metí primera, solté el embrague y pisé el acelerador. El coche se movió suavemente y poco a poco fue cogiendo velocidad. Sonreí triunfal y le miré de soslayo.
- Buena salida - me halagó.
Continué adelante, viendo sólo camino y campo. George se distraía con el móvil, yo estaba esquivando baches perfectamente. Metí segunda y George levantó el pulgar, haciéndome saber que iba bastante bien. Cuando acababa de meter cuarta divisé el camino por donde habíamos venido, me entristecí levemente, sin que él lo notara. Me estaba diviertiendo.
- Sigue recto si quieres parar, gira a la derecha si quieres seguir conduciendo - me dijo George.
Giré a la derecha y me encontré con campo, sin camino. Frené lentamente.
- Vas a girar el coche marcha atrás.
¿Qué? ¡Nunca había dado marcha atrás! Recé mentalmente para que todo saliese bien. Metí la marcha y giré bruscamente, pero hice lo que me dijo, a una velocidad no muy segura. Continué hacia delante y giré a la izquierda, por donde había venido.
Me encontré con dos opciones, girar a la izquierda o a la derecha y volver por donde había venido. George me aconsejó girar a la izquierda. Así lo hice.
- Me gusta cómo conduces mi coche, pero me gusta más estar aquí contigo - masculló George.
- ¿Qué? - Pregunté, creyendo que había dicho otra cosa.
- Nada.
Así que había dicho lo que había oído, me revolví en el asiento y giré a la derecha.
- Eres la primera persona a la que le dejo un coche - me dijo George. Volví a sentirme importante -. Ni a mis amigos.
- Soy especial - solté.
Me distraje y había una cuesta pequeña, giré bruscamente a la derecha como George me indicó y el coche dio una vuelta, quedándose mirando hacia el camino por el que había venido. Sonreí tímidamente y recoloqué el coche para seguir adelante.
- Se me ha pasado la borrachera de lo acojonado que voy - George tenía los ojos muy abiertos.
Me reí a carcajadas y continué recto. Al rato divisé el camino por el que me había traído él. Giré a la izquierda como me indicó y apreté los labios. Fin del trayecto en cuanto llegara a la calle de nuevo.
A punto de llegar a la calle fui frenando lentamente y George echó el freno de mano, yo pisé el freno bruscamente.
- Pero, ¿qué...? - Dijo George mirándome desconcertado.
- Me sienta mal que echen el freno de mano - sonreí y salí del coche triunfante.
Ya cada uno de nuevo en su sitio, George volvió al parque Serrain.
Giré la cabeza, dirigiendo mi mirada hacia otro lugar. No quería subir al coche, no quería estar a solas con él, quería irme a casa. No sé qué impulso me empujó a subirme, pero sujeté la puerta y me senté en el asiento del copiloto.
- ¿Adónde vamos? - Me preguntó George nada más cerrar la puerta.
- Pues - lo dudé un momento -, al parque Serrain. Esperaremos allí a mi amiga.
- Como quieras - susurró George antes de acerlerar el coche.
Nada más llegar al parque, hizo que el coche girara sobre sí e hizo un círculo casi perfecto. Me miró de soslayo, sonriendo. Le dirigí una mirada fulminante.
- No hagas el idiota - le advertí.
George se puso serio y aparcó el coche. Miré por la ventana, dándole la espalda y a mis labios asomó una sonrisa malévola. Me sentí, no importante, sino dominante.
- Seguro que tú lo harías mejor - dijo con sarcasmo.
- No lo dudo - le respondí, mirándole mal.
- ¿Sabes conducir? - Me miró intrigado, esperando una respuesta negativa.
- Por supuesto - le miré con mala cara, acto seguido sonreí sin poder evitarlo.
- Muy bien - George arrancó el coche, dio media vuelta girando bruscamente y salió rápidamente del parque.
- ¿Adónde vas? - Le pregunté, de nuevo de mal humor.
- Al campo - me respondió gritando por encima del volumen de la música, que acababa de subir -. Concretamente a un camino.
¿Para qué me iba a llevar a un camino? No me asustaba, podía noquearle si quería. George llegó al límite de la calle y giró a la izquierda, pisó el acelerador y entró en el primer camino. Había portones a izquierda y derecha: naves y corrales. Una pequeña colina apareció a la derecha. George continuó recto, pasando por corrales, en medio de la oscuridad, exceptuando lo que alumbraba la luz de los faros. De repente se paró y bajó del coche.
Contemplé la oscuridad parpadeando varias veces hasta que mis ojos se acostumbraron a la penumbra. George estaba atrás, trasteando con los asientos traseros, sacando un par de altavoces y colocándolos en los asientos inclinados. George volvió a subir al coche y continuamos camino adelante. Se distrajo con el móvil y tuve que agarrar el volante con la mano izquierda, por suerte no iba a más de veinte.
- Eso está bien - me dijo, cogiendo el volante de nuevo.
George siguió recto todo el camino. Hurgaba tranquilamente con la radio, conectada a su móvil para poner música. No hacía más que poner reggaeton. Suspiré, indignada.
- ¿No te gusta? - Me preguntó sin mirarme.
- Me gusta el heavy metal - dije malhumorada -. Y el rock alternativo.
- ¿No jodas? - Me miró con los ojos muy abiertos. Asentí.
No sé qué tenía la gente cada vez que le decía mis gustos musicales. Me respondían que tenía cara de escuchar reggaeton, que tenía cara de pija. No sé cómo no me había muerto del asco. George paró el coche de nuevo, en mitad de la nada, en mitad de un camino. Ya no había naves o corrales, sólo se veía campo oscuro y algún que otro huerto. El muchacho salió del coche y se dirigió a mi lado, abrió la puerta y me miró impaciente.
- ¿A qué esperas? - Me preguntó -. Conduce.
Me quedé un momento boquiabierta, hasta que reaccioné y me moví, sentándome en el asiento del.conductor. Coloqué una mano en el volante, el pie izquierdo en el embrague, el derecho en el acelerador y la mano derecha en la palanca de cambios.
- Adelante - me dijo George subiendo el volumen de la música.
Metí primera, solté el embrague y pisé el acelerador. El coche se movió suavemente y poco a poco fue cogiendo velocidad. Sonreí triunfal y le miré de soslayo.
- Buena salida - me halagó.
Continué adelante, viendo sólo camino y campo. George se distraía con el móvil, yo estaba esquivando baches perfectamente. Metí segunda y George levantó el pulgar, haciéndome saber que iba bastante bien. Cuando acababa de meter cuarta divisé el camino por donde habíamos venido, me entristecí levemente, sin que él lo notara. Me estaba diviertiendo.
- Sigue recto si quieres parar, gira a la derecha si quieres seguir conduciendo - me dijo George.
Giré a la derecha y me encontré con campo, sin camino. Frené lentamente.
- Vas a girar el coche marcha atrás.
¿Qué? ¡Nunca había dado marcha atrás! Recé mentalmente para que todo saliese bien. Metí la marcha y giré bruscamente, pero hice lo que me dijo, a una velocidad no muy segura. Continué hacia delante y giré a la izquierda, por donde había venido.
Me encontré con dos opciones, girar a la izquierda o a la derecha y volver por donde había venido. George me aconsejó girar a la izquierda. Así lo hice.
- Me gusta cómo conduces mi coche, pero me gusta más estar aquí contigo - masculló George.
- ¿Qué? - Pregunté, creyendo que había dicho otra cosa.
- Nada.
Así que había dicho lo que había oído, me revolví en el asiento y giré a la derecha.
- Eres la primera persona a la que le dejo un coche - me dijo George. Volví a sentirme importante -. Ni a mis amigos.
- Soy especial - solté.
Me distraje y había una cuesta pequeña, giré bruscamente a la derecha como George me indicó y el coche dio una vuelta, quedándose mirando hacia el camino por el que había venido. Sonreí tímidamente y recoloqué el coche para seguir adelante.
- Se me ha pasado la borrachera de lo acojonado que voy - George tenía los ojos muy abiertos.
Me reí a carcajadas y continué recto. Al rato divisé el camino por el que me había traído él. Giré a la izquierda como me indicó y apreté los labios. Fin del trayecto en cuanto llegara a la calle de nuevo.
A punto de llegar a la calle fui frenando lentamente y George echó el freno de mano, yo pisé el freno bruscamente.
- Pero, ¿qué...? - Dijo George mirándome desconcertado.
- Me sienta mal que echen el freno de mano - sonreí y salí del coche triunfante.
Ya cada uno de nuevo en su sitio, George volvió al parque Serrain.
miércoles, 10 de octubre de 2012
Evelynn Careway's Life. Capítulo Quinto
Gerard y yo estábamos sentados en un banco. En la Avenida Saint Jean, esperando a Alphonse.
- Creo que no debería estar aquí - masculló Gerard.
- Alphonse no dirá nada - miré a Gerard de soslayo -. Le he contado lo de Botiche.
Gerard suspiró y se levantó del banco. Comenzó a pasearse de un lado a otro, poniéndome algo nerviosa. De pronto, de la nada salió una muchacha que parecía más pequeña que Gerard, rubia teñida, bajita y muy delgada. Venía corriendo a toda prisa hacia mí, gritándome. Gerard abrió los ojos como platos.
- ¡Te mato! - La chica se abalanzó sobre mí, la esquivé fácilmente echándome a un lado y fue a parar a los brazos de Gerard.
- Delia - dijo Gerard sorprendido -, ¿qué haces aquí?
- ¿Estás con ella? - Preguntó la chica a gritos señalándome.
Gerard negó con la cabeza, me miró encogiéndose de hombros y se alejó con Delia. Suspiré y volví a sentarme en el banco. Noté una presencia detrás mía y un olor a perfume llenó mis fosas nasales. Me giré y vi a una mujer con el cabello negro muy oscuro, que se sentó a mi lado en silencio.
Sabía quién era esa mujer, había oído hablar de ella y la había visto en otras ocasiones, pero nunca había hablado con ella, hasta ese día. Era la vampira más antigua de la Tierra, más conocida como Hannah. Extendió la mano hacia mí y la cogí, besándole el dorso.
- Lady Heras... - susurré.
- Veo que tienes modales - Hannah sonrió, estirando sus labios, pintados del color de la sangre.
- ¿Qué buscáis en mí? - Le pregunté.
- He oído que buscáis a Botiche. Las noticias sobre ese bastardo se propagan muy rápidamente - Lady Heras se apartó un mechón de su cabello azabache de la cara -. Estoy dispuesta a ayudarte por un "pequeño precio a pagar".
- ¿A qué os referís con "pequeño precio a pagar"?
- La madre de aquel muchacho - señaló a Gerard, enfrascado en una discusión con Delia -, fue jefa de un clan de vampiros muy antiguos.
- Pero si él es joven...
- Lo sé - Lady Heras levantó la mano -. Pero su madre fue la cónyuge de un vampiro muy importante, que fue asesinado poco antes de que ella muriese y heredó unos documentos muy solicitados por los vampiros antiguos. Sólo ella y el chico conocían su paradero y ella murió, él es heredero de todo lo que tenía su madre y por tanto, sabe dónde están los documentos.
- Pero si sólo necesitáis los documentos, ¿para qué le queréis a él? - Entrecerré los ojos, sin comprender nada.
- Porque se habla de una leyenda sobre un muchacho que poseerá un poder inimaginable si es transformado en vampiro - Hannah miró a Gerard fijamente -. Y él coincide con la historia y la descripción. Le necesito.
- Pero, ¿para qué?
- La vampira que copule con él recibirá también esos poderes.
- Y vos queréis esos poderes, ¿no es cierto?
- Parece que vas comprendiéndolo - Hannah sonrió con aires de superioridad y se levantó del banco -. Si quieres que te ayude con Botiche me darás al chico a cambio, ¿entendido?
Hannah extendió la mano abierta para sellar el pacto. La miré anonadada, ¿Gerard un vampiro muy importante? Él no era un vampiro, era humano. Lo que yo deseaba ser, volver atrás, vivir mi vida sin ser un monstruo. No podía dejar que Gerard se convirtiera en un monstruo. No.
- Lady Heras - Me levanté del banco y la miré a los ojos -. Debo pensarlo.
- Muy bien - Lady Heras se quitó un anillo enorme que llevaba en el índice izquierdo -. Avísame. Rompe este anillo, será mi reclamo.
La mujer me entregó el anillo, lo cogí sin pensarlo, dudar de aquella mujer se pagaba caro. Una ráfaga de aire me llenó de nuevo con el perfume de Lady Heras, al alzar la mirada pude comprobar que ésta se había marchado.
- ¿Quién era esa mujer? - Gerard acababa de sentarse en el banco.
- Una vampira - respondí sin mirarle -. Tu novia es muy celosa, ¿no crees?
- ¿Mi novia? - La voz de Gerard era de asco -. ¡No era mi novia! Es una chica que está loca por mí y lo único que hace es seguirme y agredir a todas las chicas que se acerquen a mí!
- Vale, vale... - solté una risita sin poder evitarlo.
Gerard me lanzó una mirada fulminante y al segundo después se rió. Su risa era tan natural, tan humana, que me entró envidia. No podía dejar que aquel muchacho se convirtiera en un vampiro. Tenía que acabar con Botiche como fuera, con la ayuda de Lady Heras o sin ella. No me importaba que Gerard pudiera tener mucho poder o lo que me haría Lady Heras, ese chico no se convertiría en un vampiro mientras yo no lo permitiese.
- Bonne nuit - saludó una voz. Alphonse Jussieu.
- Bonne nuit, M. Jussieu - le respondí cortésmente -. Necesito hablar con usted a solas.
Me alejé con Alphonse del banco y procedí a contarle lo ocurrido con Gerard, con su madre y con Lady Heras.
- ¿Lady Heras? ¿Me está tomando el pelo? - Alphonse parecía nervioso.
- Si le tomara el pelo no tendría esto - le mostré el anillo, el vampiro abrió los ojos como platos.
- Es muy peligrosa, debe aceptar el pacto, quién sabe qué le hará si no la obedece.
- Pero, el chico...
- Diable! ¡Al cuerno con él! - El grito de Alphonse hizo eco, miré a Gerard, que parecía no querer estar allí sentado solo -. ¡Si te preocupas por ese mortal acabarás reducida a cenizas! ¡Deja que se convierta en lo que sea!
- Alphonse, por favor... - intenté calmar al hombre como pude -. Si Lady Heras se compromete con él y, ya sabe...
- Mlle. Careway, me sorprende - Alphonse desvió la mirada -. Sé que ese muchacho desea ser un vampiro, deje que haga lo que él quiera. Lady Heras se pondrá furiosa si no ocurre todo como ella desea.
- ¡Al diablo con ella! - No sabía cómo me las arregé para gritar tan alto que todos los transeúnetes y los viandantes me miráron asustados. Bajé la voz -. Ese muchacho no sabe lo que quiere.
- Posiblemente lo sepa mejor que usted - Alphonse sonrió de la misma manera que Hannah Heras -. Mademoiselle, avíseme cuando haya aceptado el pacto con Lady Heras, entonces sí le prestaré mi ayuda.
- Pero...
- No hay peros que valgan, no quiero enfrentarme a una vampira tan antigua, sólo conseguiría mi muerte - sonrió con lascivia -. Y disfruto de las noches de vírgenes, como ésta que usted ha interrumpido. Si me disculpa, debo irme. Au revoir.
- Au... revoir... - susurré.
Perfecto. Iba a estar sin ayuda a no ser que vendiera a Gerard a Lady Heras. Ni pretendía luchar sola contra Botiche, cosa que probablemente sí haría, ni pretendía entregar a Gerard.
Regresé donde el muchacho me esperaba sentado, me sonrió al sentarme a su lado.
- ¿Y bien? - Me preguntó alegre.
- No tenemos ayuda - le dije desviando la mirada -. De momento.
- Creo que no debería estar aquí - masculló Gerard.
- Alphonse no dirá nada - miré a Gerard de soslayo -. Le he contado lo de Botiche.
Gerard suspiró y se levantó del banco. Comenzó a pasearse de un lado a otro, poniéndome algo nerviosa. De pronto, de la nada salió una muchacha que parecía más pequeña que Gerard, rubia teñida, bajita y muy delgada. Venía corriendo a toda prisa hacia mí, gritándome. Gerard abrió los ojos como platos.
- ¡Te mato! - La chica se abalanzó sobre mí, la esquivé fácilmente echándome a un lado y fue a parar a los brazos de Gerard.
- Delia - dijo Gerard sorprendido -, ¿qué haces aquí?
- ¿Estás con ella? - Preguntó la chica a gritos señalándome.
Gerard negó con la cabeza, me miró encogiéndose de hombros y se alejó con Delia. Suspiré y volví a sentarme en el banco. Noté una presencia detrás mía y un olor a perfume llenó mis fosas nasales. Me giré y vi a una mujer con el cabello negro muy oscuro, que se sentó a mi lado en silencio.
Sabía quién era esa mujer, había oído hablar de ella y la había visto en otras ocasiones, pero nunca había hablado con ella, hasta ese día. Era la vampira más antigua de la Tierra, más conocida como Hannah. Extendió la mano hacia mí y la cogí, besándole el dorso.
- Lady Heras... - susurré.
- Veo que tienes modales - Hannah sonrió, estirando sus labios, pintados del color de la sangre.
- ¿Qué buscáis en mí? - Le pregunté.
- He oído que buscáis a Botiche. Las noticias sobre ese bastardo se propagan muy rápidamente - Lady Heras se apartó un mechón de su cabello azabache de la cara -. Estoy dispuesta a ayudarte por un "pequeño precio a pagar".
- ¿A qué os referís con "pequeño precio a pagar"?
- La madre de aquel muchacho - señaló a Gerard, enfrascado en una discusión con Delia -, fue jefa de un clan de vampiros muy antiguos.
- Pero si él es joven...
- Lo sé - Lady Heras levantó la mano -. Pero su madre fue la cónyuge de un vampiro muy importante, que fue asesinado poco antes de que ella muriese y heredó unos documentos muy solicitados por los vampiros antiguos. Sólo ella y el chico conocían su paradero y ella murió, él es heredero de todo lo que tenía su madre y por tanto, sabe dónde están los documentos.
- Pero si sólo necesitáis los documentos, ¿para qué le queréis a él? - Entrecerré los ojos, sin comprender nada.
- Porque se habla de una leyenda sobre un muchacho que poseerá un poder inimaginable si es transformado en vampiro - Hannah miró a Gerard fijamente -. Y él coincide con la historia y la descripción. Le necesito.
- Pero, ¿para qué?
- La vampira que copule con él recibirá también esos poderes.
- Y vos queréis esos poderes, ¿no es cierto?
- Parece que vas comprendiéndolo - Hannah sonrió con aires de superioridad y se levantó del banco -. Si quieres que te ayude con Botiche me darás al chico a cambio, ¿entendido?
Hannah extendió la mano abierta para sellar el pacto. La miré anonadada, ¿Gerard un vampiro muy importante? Él no era un vampiro, era humano. Lo que yo deseaba ser, volver atrás, vivir mi vida sin ser un monstruo. No podía dejar que Gerard se convirtiera en un monstruo. No.
- Lady Heras - Me levanté del banco y la miré a los ojos -. Debo pensarlo.
- Muy bien - Lady Heras se quitó un anillo enorme que llevaba en el índice izquierdo -. Avísame. Rompe este anillo, será mi reclamo.
La mujer me entregó el anillo, lo cogí sin pensarlo, dudar de aquella mujer se pagaba caro. Una ráfaga de aire me llenó de nuevo con el perfume de Lady Heras, al alzar la mirada pude comprobar que ésta se había marchado.
- ¿Quién era esa mujer? - Gerard acababa de sentarse en el banco.
- Una vampira - respondí sin mirarle -. Tu novia es muy celosa, ¿no crees?
- ¿Mi novia? - La voz de Gerard era de asco -. ¡No era mi novia! Es una chica que está loca por mí y lo único que hace es seguirme y agredir a todas las chicas que se acerquen a mí!
- Vale, vale... - solté una risita sin poder evitarlo.
Gerard me lanzó una mirada fulminante y al segundo después se rió. Su risa era tan natural, tan humana, que me entró envidia. No podía dejar que aquel muchacho se convirtiera en un vampiro. Tenía que acabar con Botiche como fuera, con la ayuda de Lady Heras o sin ella. No me importaba que Gerard pudiera tener mucho poder o lo que me haría Lady Heras, ese chico no se convertiría en un vampiro mientras yo no lo permitiese.
- Bonne nuit - saludó una voz. Alphonse Jussieu.
- Bonne nuit, M. Jussieu - le respondí cortésmente -. Necesito hablar con usted a solas.
Me alejé con Alphonse del banco y procedí a contarle lo ocurrido con Gerard, con su madre y con Lady Heras.
- ¿Lady Heras? ¿Me está tomando el pelo? - Alphonse parecía nervioso.
- Si le tomara el pelo no tendría esto - le mostré el anillo, el vampiro abrió los ojos como platos.
- Es muy peligrosa, debe aceptar el pacto, quién sabe qué le hará si no la obedece.
- Pero, el chico...
- Diable! ¡Al cuerno con él! - El grito de Alphonse hizo eco, miré a Gerard, que parecía no querer estar allí sentado solo -. ¡Si te preocupas por ese mortal acabarás reducida a cenizas! ¡Deja que se convierta en lo que sea!
- Alphonse, por favor... - intenté calmar al hombre como pude -. Si Lady Heras se compromete con él y, ya sabe...
- Mlle. Careway, me sorprende - Alphonse desvió la mirada -. Sé que ese muchacho desea ser un vampiro, deje que haga lo que él quiera. Lady Heras se pondrá furiosa si no ocurre todo como ella desea.
- ¡Al diablo con ella! - No sabía cómo me las arregé para gritar tan alto que todos los transeúnetes y los viandantes me miráron asustados. Bajé la voz -. Ese muchacho no sabe lo que quiere.
- Posiblemente lo sepa mejor que usted - Alphonse sonrió de la misma manera que Hannah Heras -. Mademoiselle, avíseme cuando haya aceptado el pacto con Lady Heras, entonces sí le prestaré mi ayuda.
- Pero...
- No hay peros que valgan, no quiero enfrentarme a una vampira tan antigua, sólo conseguiría mi muerte - sonrió con lascivia -. Y disfruto de las noches de vírgenes, como ésta que usted ha interrumpido. Si me disculpa, debo irme. Au revoir.
- Au... revoir... - susurré.
Perfecto. Iba a estar sin ayuda a no ser que vendiera a Gerard a Lady Heras. Ni pretendía luchar sola contra Botiche, cosa que probablemente sí haría, ni pretendía entregar a Gerard.
Regresé donde el muchacho me esperaba sentado, me sonrió al sentarme a su lado.
- ¿Y bien? - Me preguntó alegre.
- No tenemos ayuda - le dije desviando la mirada -. De momento.
sábado, 25 de agosto de 2012
Evelynn Careway's Life. Capítulo Cuarto
Desperté a causa del hormigueo que recorría mi cuerpo anunciando el anochecer.
Me levanté lentamente y me acerqué a la ventana, deseando ver la oscuridad de la noche. Corrí la cortina y sonreí. Esa noche iba a necesitar a alguien, alguien que me pudiera ayudar, alguien que se aliara conmigo para luchar contra Botiche. Por Gerard, él no se merecía lo que le había pasado a su madre.
Salí de mi habitación como cada noche, buscando algo de comer antes de irme a buscar alguna presa. Excepto que esa noche no iba a buscar presas humanas, iba a buscar a un vampiro. Pasé a la cocina tranquilamente y rebusqué en la nevera.
- Duermes mucho - me sobresalté al oír la voz de Gerard y mi cabeza chocó contra el frigorífico.
- ¿Qué? - Me froté la cabeza, dolía.
- ¿Por qué tu reflejo se ve en el espejo?- Gerard estaba apoyado en una encimera, con una lata de cerveza en una mano.
- Otro mito - gruñí y miré mi reflejo. Mi pelo castaño estaba algo alborotado, me daba un look salvaje, reprimí una sonrisa de superioridad. Mis ojos lucían un marrón apagado, cansado, eso me estropeaba lo salvaje.
Giré la cabeza bruscamente para no mirarme y me fijé en Gerard, que me miraba impasible. Él era alto, con el cabello rubio oscuro, con los ojos grises, que parecían tristes. Sonreí para ver su reacción y apartó la mirada. Me sentí bastante mal y reanudé mi búsqueda de comida.
- ¿Qué afirmaciones sobre los vampiros son ciertas? - Saqué una lasaña que había preparado el día anterior de la nevera y miré a Gerard, pensativa.
- El no poder pasear bajo la luz del sol, la inmortalidad y beber sangre - metí la lasaña en el microondas.
- Pero tú no sólo bebes sangre, ahora te vas a comer una lasaña - Gerard frunció el ceño.
- Lo sé - el olor de la lasaña se filtraba por mi nariz, se me hizo la boca agua -. Hay muchas cosas que no se saben de los vampiros.
- ¿Cuántos años tienes? - Saqué la lasaña del microondas y cogí un tenedor antes de sentarme en la mesita. que había en una esquina de la cocina.
- ¿Cuántos crees que tengo? - Empecé a devorar la lasaña sin piedad.
- No sé - Gerard se mostró pensativo -. A simple vista, cualquiera que no sepa que eres una vampira, creería que tienes dieciocho.
- Con diecinueve me transformaron.
- ¿Y en total tienes...? - Gerard entornó los ojos.
- ¿Por qué tendría que decírtelo? A una mujer nunca se le pregunta la edad o el peso.
- Pero tú no eres una mujer cualquiera - le lancé una mirada furibunda que evitó preguntando de nuevo -. ¿Cuántos años tienes realmente?
- Tferfientof fesefnta - dije con la boca llena.
- ¿Que qué? - Gerard abrió los ojos de par en par.
- Trescientos sesenta - dije al tragar la comida -. Más o menos...
- ¿Llevas teniendo diecinueve durante más de tres siglos y medio? - Gerard abrió aún más los ojos.
- Sí. Y para de hacerme preguntas, me estoy cansando.
- La última, lo prometo - hice un gesto con la cabeza esperando la pregunta -. ¿Me convertirías en un vampiro?
- No.
- ¿Por qué?
- ¿No has dicho que era la última pregunta?
- Mentí - Gerard sonreía, aunque a mí no me hacía gracia. No quería desearle a nadie ser un monstruo como yo -. Vamos - insistió Gerard -, ¿por qué no?
- Porque nadie se merece ser un monstruo - recogí los restos de la lasaña antes de meterlos en el fregadero.
- Tú no eres un monstruo - la voz de Gerard sonó demasiado cerca. Me giré y me encontré con su mirada, con sus ojos grises.
- Yo... - me retiré de Gerard -. Sí lo soy.
- Mi madre tampoco lo era - Gerard volvió a acercarse a mí.
Ahí me había pillado, una vampira capaz de criar un hijo, y más aún una neófita. Me quedé en silencio unos minutos mientras Gerard se ponía cada vez más cerca. De nuevo me embriagó su aroma. Intenté retroceder pero me encontré de espaldas a una encimera. Gerard me miraba a los ojos, me tenía acorralada contra una encimera, se acercaba y yo no quería moverme.
- Eh... Gerard... - Susurré.
- ¿Sí? - Dijo suavemente.
- Odio que me acorralen y se me acerquen tanto - le miré con cara de asesina y se apartó.
- Lo siento.
- ¿Sabes qué vamos a hacer esta noche? - Solté rápidamente, rompiendo la incómoda situación.
- ¿Encontrar a Botiche y matarlo?
- Lo siento, eso tendrá que ser otro día - sonreí intentando animarle -. Esta noche buscaré a un amigo que puede ayudarnos con lo de Botiche. ¿No creerás que voy a enfrentarme yo sola contra él?
- Me tienes a mí - noté un tono de furia en su voz.
- No eres un vampiro, te matarían en un nanosegundo - intenté sonreír de nuevo pero la mirada del muchacho me lo impidió.
- Transfórmame - dijo con un deje despectivo en la voz.
- No - fruncí el ceño, algo cabreada -. Te he dicho que no quiero convertirte en un monstruo.
- Y yo te he dicho que no eres un monstruo - Gerard me miró indiferente.
Mascullando un taco, me aparté de él y fui a buscar mi teléfono móvil. Entré en mi habitación gruñendo por lo bajo, con el teléfono en la mano y cerré con un portazo, me vestí apresuradamente con unos vaqueros y una camiseta negra.
Salí, aún cabreada y me tiré en el sofá, marcando un número. Gerard, que aún seguía en la cocina, entró en el salón.
- Qui ose déranger ma nuit du vierges? - La voz del hombre que habló sonó furiosa.
- Alphonse Jussieu? Êtes vous? - Miré a Gerard que enarcaba las cejas en señal de no comprender absolutamente nada.
- Oui. Qui est?
- Evelynn Careway.
- Oh, mademoiselle!
- Buenas noches, viejo amigo.
- Buenas noches, Mlle Careway. ¿A qué se debe su llamada? - La voz de Alphonse sonaba nerviosa.
- ¿Tu noche de las vírgenes? Pocas vas a encontrar mayores de trece años.
- Mlle Careway, es difícil, pero no imposible. Responda a mi pregunta, s'il vous plaît.
- Está bien - suspiré y miré de reojo a Gerard, que me miraba atentamente -. Necesito tu ayuda, a los tuyos.
- Pourquoi?
- Porque quiero acabar con Botiche.
Me levanté lentamente y me acerqué a la ventana, deseando ver la oscuridad de la noche. Corrí la cortina y sonreí. Esa noche iba a necesitar a alguien, alguien que me pudiera ayudar, alguien que se aliara conmigo para luchar contra Botiche. Por Gerard, él no se merecía lo que le había pasado a su madre.
Salí de mi habitación como cada noche, buscando algo de comer antes de irme a buscar alguna presa. Excepto que esa noche no iba a buscar presas humanas, iba a buscar a un vampiro. Pasé a la cocina tranquilamente y rebusqué en la nevera.
- Duermes mucho - me sobresalté al oír la voz de Gerard y mi cabeza chocó contra el frigorífico.
- ¿Qué? - Me froté la cabeza, dolía.
- ¿Por qué tu reflejo se ve en el espejo?- Gerard estaba apoyado en una encimera, con una lata de cerveza en una mano.
- Otro mito - gruñí y miré mi reflejo. Mi pelo castaño estaba algo alborotado, me daba un look salvaje, reprimí una sonrisa de superioridad. Mis ojos lucían un marrón apagado, cansado, eso me estropeaba lo salvaje.
Giré la cabeza bruscamente para no mirarme y me fijé en Gerard, que me miraba impasible. Él era alto, con el cabello rubio oscuro, con los ojos grises, que parecían tristes. Sonreí para ver su reacción y apartó la mirada. Me sentí bastante mal y reanudé mi búsqueda de comida.
- ¿Qué afirmaciones sobre los vampiros son ciertas? - Saqué una lasaña que había preparado el día anterior de la nevera y miré a Gerard, pensativa.
- El no poder pasear bajo la luz del sol, la inmortalidad y beber sangre - metí la lasaña en el microondas.
- Pero tú no sólo bebes sangre, ahora te vas a comer una lasaña - Gerard frunció el ceño.
- Lo sé - el olor de la lasaña se filtraba por mi nariz, se me hizo la boca agua -. Hay muchas cosas que no se saben de los vampiros.
- ¿Cuántos años tienes? - Saqué la lasaña del microondas y cogí un tenedor antes de sentarme en la mesita. que había en una esquina de la cocina.
- ¿Cuántos crees que tengo? - Empecé a devorar la lasaña sin piedad.
- No sé - Gerard se mostró pensativo -. A simple vista, cualquiera que no sepa que eres una vampira, creería que tienes dieciocho.
- Con diecinueve me transformaron.
- ¿Y en total tienes...? - Gerard entornó los ojos.
- ¿Por qué tendría que decírtelo? A una mujer nunca se le pregunta la edad o el peso.
- Pero tú no eres una mujer cualquiera - le lancé una mirada furibunda que evitó preguntando de nuevo -. ¿Cuántos años tienes realmente?
- Tferfientof fesefnta - dije con la boca llena.
- ¿Que qué? - Gerard abrió los ojos de par en par.
- Trescientos sesenta - dije al tragar la comida -. Más o menos...
- ¿Llevas teniendo diecinueve durante más de tres siglos y medio? - Gerard abrió aún más los ojos.
- Sí. Y para de hacerme preguntas, me estoy cansando.
- La última, lo prometo - hice un gesto con la cabeza esperando la pregunta -. ¿Me convertirías en un vampiro?
- No.
- ¿Por qué?
- ¿No has dicho que era la última pregunta?
- Mentí - Gerard sonreía, aunque a mí no me hacía gracia. No quería desearle a nadie ser un monstruo como yo -. Vamos - insistió Gerard -, ¿por qué no?
- Porque nadie se merece ser un monstruo - recogí los restos de la lasaña antes de meterlos en el fregadero.
- Tú no eres un monstruo - la voz de Gerard sonó demasiado cerca. Me giré y me encontré con su mirada, con sus ojos grises.
- Yo... - me retiré de Gerard -. Sí lo soy.
- Mi madre tampoco lo era - Gerard volvió a acercarse a mí.
Ahí me había pillado, una vampira capaz de criar un hijo, y más aún una neófita. Me quedé en silencio unos minutos mientras Gerard se ponía cada vez más cerca. De nuevo me embriagó su aroma. Intenté retroceder pero me encontré de espaldas a una encimera. Gerard me miraba a los ojos, me tenía acorralada contra una encimera, se acercaba y yo no quería moverme.
- Eh... Gerard... - Susurré.
- ¿Sí? - Dijo suavemente.
- Odio que me acorralen y se me acerquen tanto - le miré con cara de asesina y se apartó.
- Lo siento.
- ¿Sabes qué vamos a hacer esta noche? - Solté rápidamente, rompiendo la incómoda situación.
- ¿Encontrar a Botiche y matarlo?
- Lo siento, eso tendrá que ser otro día - sonreí intentando animarle -. Esta noche buscaré a un amigo que puede ayudarnos con lo de Botiche. ¿No creerás que voy a enfrentarme yo sola contra él?
- Me tienes a mí - noté un tono de furia en su voz.
- No eres un vampiro, te matarían en un nanosegundo - intenté sonreír de nuevo pero la mirada del muchacho me lo impidió.
- Transfórmame - dijo con un deje despectivo en la voz.
- No - fruncí el ceño, algo cabreada -. Te he dicho que no quiero convertirte en un monstruo.
- Y yo te he dicho que no eres un monstruo - Gerard me miró indiferente.
Mascullando un taco, me aparté de él y fui a buscar mi teléfono móvil. Entré en mi habitación gruñendo por lo bajo, con el teléfono en la mano y cerré con un portazo, me vestí apresuradamente con unos vaqueros y una camiseta negra.
Salí, aún cabreada y me tiré en el sofá, marcando un número. Gerard, que aún seguía en la cocina, entró en el salón.
- Qui ose déranger ma nuit du vierges? - La voz del hombre que habló sonó furiosa.
- Alphonse Jussieu? Êtes vous? - Miré a Gerard que enarcaba las cejas en señal de no comprender absolutamente nada.
- Oui. Qui est?
- Evelynn Careway.
- Oh, mademoiselle!
- Buenas noches, viejo amigo.
- Buenas noches, Mlle Careway. ¿A qué se debe su llamada? - La voz de Alphonse sonaba nerviosa.
- ¿Tu noche de las vírgenes? Pocas vas a encontrar mayores de trece años.
- Mlle Careway, es difícil, pero no imposible. Responda a mi pregunta, s'il vous plaît.
- Está bien - suspiré y miré de reojo a Gerard, que me miraba atentamente -. Necesito tu ayuda, a los tuyos.
- Pourquoi?
- Porque quiero acabar con Botiche.
miércoles, 8 de agosto de 2012
Evelynn Careway's Life. Capítulo Tercero
Gerard comprobó su reloj.
- Aún quedan tres horas para el amanecer.
- ¿En serio? - Miré mi reloj, se había parado hacía dos noches -. Me cago en la puta...
- Esas palabras no suenan muy bien en boca de mujer - le lancé a Gerard una mirada asesina y fría.
- Digo lo que me da la gana, ¿vale?
- Claro, Eve - hice caso omiso de él.
- Vamos, hay un club por aquí cerca que es muy interesante para mí - sonreí, ese muchacho no sabía a dónde le iba a llevar.
Llegamos a la calle Downroad, allí había clubes por todas partes, no me imaginaría vivir allí, parecía que los locales nunca cerraban. Me detuve ante un letrero rosa luminoso que anunciaba: Club Girl Smile.
- ¿Es un club de lesbianas? - Gerard hizo una mueca.
- No, peor aún - sonreí y mostré mis afilados colmillos -. Un club feminista.
- No pienso entrar ahí, me da igual dormir en la calle... - Gerard comenzó a girarse, lo agarré del brazo y tiré de él hasta meterlo en el club. Sus gritos no me impidieron parar.
Nada más entrar, todas las chicas comenzaron a mirar mal a Gerard, el pobre muchacho se limitaba a mirar al suelo con tal de no ver las miradas asesinas que iban dirigidas a él.
- ¿Sabes en qué se parece un hombre a una escoba? Si le quitas el palo no sirve - un coro de risas resonó a mi izquierda, unas muchachas no hacían más que contarse chistes feministas, me reí, era cierto en algunos hombres.
Gerard frunció el entrecejo, pero siguió mirando al suelo.
- ¡Eh, chaval! - Chilló una chica bajita que casualmente pasó junto a Gerard -. ¿Qué coño te crees que estás haciendo?
- ¿Perdón? - Gerard la miró a la cara asustado.
- ¡Me estabas mirando el escote! - La chica lo empujó, no logró moverle un milímetro, Gerard era musculoso.
En realidad, Gerard miraba al suelo, pero era tan alto que miraba a la gente por encima del hombro, la muchacha se había pensado mal. Debía de medir dos metros por lo menos... Me dio lástima y hablé para defenderle.
- Estaba mirando al suelo - le dije a la chica. Ella me lanzó una mirada fría. ¿Cómo se atrevía a mirarme así el retaco presumido ese?
- Perdona, zorra, no hablaba contigo - ¿Zorra? ¿Me había llamado zorra?
- Me cago en tu puta madre, que es la auténtica zorra por dejarte vivir - le enseñé los dientes a la chica, que huyó espantada al ver los colmillos.
- Cualquiera se mete contigo - la voz de Gerard sonaba ahogada, como si estuviera aguantándose la risa.
- Vámonos, ya me he cabreado.
Tiré de él con fuerza y lo saqué del club, fuera nos encontramos con la chica hablando con unos policías.
- ¡Esa es, guardia! - Los policías nos miraron con los ojos entornados.
- ¡Alto! ¡Deténganse!
¡Y una mierda! ¡La poli ni me iba a trincar ni me iba a encerrar en una celda para que me convirtiera en polvillo a la salida del sol! Agarré el brazo de Gerard con fuerza y lo arrastré corriendo calle arriba.
Tardamos una hora en deshacernos de los guardias. Estaba hasta las narices de la policía, se creían que podían trincarme. Seguí corriendo hasta que noté que Gerard jadeaba, me paré en seco y me vi golpeada por una mole enorme. Me tambaleé un segundo antes de recuperar el equilibrio.
- Lo siento - dijo Gerard con la voz entrecortada.
Anduvimos por los clubes vampíricos buscando información sobre Botiche, nada. Me empecé a poner nerviosa en cuanto noté el cosquilleo que anunciaba que el amanecer estaba cerca. Solté una maldición y corrí todo lo que pude, con un cansado Gerard pisándome los talones.
Llegué al portal del bloque de pisos en el que vivía. No había puerta, algún vándalo la había arrancado hacía unos meses. Subí los escalones de tres en tres al tiempo que notaba que iba amaneciendo, busqué las llaves de mi puerta y me di cuenta que las había perdido. ¡No! Estaba amaneciendo y había un ventanal enorme en el rellano.
Gerard llegó jadeando y me miró con ojos cansados.
- ¿Este es tu piso? - Asentí con la cabeza. Gerard se percató de mi angustia -. ¿Qué ocurre? ¿Por qué no entras?
- He perdido... las llaves.
- A ver, apártate - por un momento creí que iba a echar la puerta abajo hasta que vi que sacaba un alambre muy fino de uno de los bolsillos interiores de su chaqueta.
Gerard estuvo unos minutos trasteando con la cerradura de la puerta hasta que sóno un ¡clic! y la puerta se abrió de par en par. Me embriagó un estado de euforia increíble. Entré como un rayo al apartamento. Dos minutos después amaneció y me di cuenta que había dejado pasar a Gerard.
- ¿No te vas a ir a casa? - Le pregunté entornando los ojos.
- No tengo casa.
- ¿Por qué? - Percibí un brillo extraño en los ojos de Gerard.
- Botiche es el causante - el dolor que pasó por los ojos de Gerard me hizo sentir compasión por él -. Mi madre, hace veintiún años se quedó embarazada. De mí. La noche en que nací le pilló justamente en plena calle, de noche. Una banda de vampiros olió la sangre desde lejos. La mordieron y la dejaron con vida, a mí no me hicieron nada, no les dio tiempo a hacerme daño o a matar a mi madre. Unos policías aparecieron en el momento en que la mordieron. Siendo una vampira, mi madre me crió ella sola. Trabajaba de prostituta para poder mantenerme. Hace unos meses Botiche descubrió que una vampira había vivido con un humano, ya que eso esta prohibido, se informó, supo que era mi madre y fue a buscarla.
>> Botiche se presentó en el pequeño apartamento cochambroso en el que vivíamos hace tan sólo dos meses, mató a mi madre delante de mis propios ojos sin que yo pudiera hacer nada y me amenazó de muerte si me volvía a ver con un vampiro. Al día siguiente volvía a mi casa después de buscar ayuda durante todo el día, ya había anochecido. A tan sólo una manzana del bloque de apartamentos vi que había un incendio. La columna de humo contaminaba todo el aire en tres manzanas. Al llegar vi que era el bloque de apartamentos en el que yo vivía el que ardía.
Permanecí en silencio durante unos minutos, aquel chico había visto a morir a su madre sin poder evitarlo y se había quedado sin casa. ¡Hacía dos meses! No podía echarlo de mi casa.
- Entonces, ¿tienes veintiún años?
- No, veinte, a punto para hacer veintiuno - Gerard miraba al suelo.
- Siento lo de tu madre... y lo de tu casa...
- No me importa el maldito bloque, mi madre era maravillosa - noté un golpeo en el suelo y vi que había una gota. Gerard lloraba.
Por instinto, lo rodeé con los brazos y lo atraje hacia mí. El me devolvió el abrazo.
- Gracias... - dijo en un susurro que hubiera resultado inaudible para cualquier humano, pero mi oído era muy agudo.
- Puedes quedarte todo el tiempo que quieras - aún lo abrazaba, no podía soltarlo, me daba lástima.
- No lo hagas por lástima - se separó de mí y me miró con frialdad -. He vivido durante dos meses en la calle.
- Está bien, no lo haré por lástima - Gerard enarcó una ceja -. Es una orden.
Se rió en mi cara, pero paró de reirse al ver mi mirada asesina.
- ¿Dejas que me quede? - Vi el dolor en sus ojos y asentí. Gerard sonrió, tenía una sonrisa bonita.
- Me voy a la cama, necesito reponer fuerzas para el amanecer, la casa es tuya - me levanté y me dirigí al dormitorio.
- ¿Duermes en un ataúd? - La pregunta de Gerard me hizo girarme bruscamente.
- Soy una vampira, no una muerta - lo fulminé con la mirada -. Lo de los ataúdes es un mito, también puedo comer comida y beber cualquier cosa que no sea sangre. Lo único que no puedo pasear a la luz del sol.
- Lo siento - observé como Gerard se acomodaba en el sofá y me reí.
- Hay una habitación allí, con cama - señalé una puerta.
- ¿Puedo dormir contigo?
- ¿Perdón? - Enarqué una ceja como si me molestara, aunque no era mala idea, siempre pasaba las noches sola.
- Nada, que me voy a dormir a la otra habitación.
Gerard se levantó y se encerró en la habitación para invitados. Sonreí antes de cerrar la puerta de mi habitación. Me desnudé, me cambié de braguitas y me puse una camiseta vieja y enorme que siempre usaba para dormir. Me tumbé en la cama para sonar despierta antes de conciliar el sueño.
Pensé en Gerard y en matar a Botiche, tenía un clan muy numeroso y yo sólo era una y Gerard, pero él no era un vampiro, no poseía nuestra fuerza, nuestros reflejos y nuestra agilidad.
Me giré de costado y me quedé hecha un ovillo. Noté un olor raro impregnado en mi piel. El olor de Gerard. Ese muchacho olía bastante bien. Antes de dormirme por completo me asaltaron unas ideas muy perversas y graciosas.
- Aún quedan tres horas para el amanecer.
- ¿En serio? - Miré mi reloj, se había parado hacía dos noches -. Me cago en la puta...
- Esas palabras no suenan muy bien en boca de mujer - le lancé a Gerard una mirada asesina y fría.
- Digo lo que me da la gana, ¿vale?
- Claro, Eve - hice caso omiso de él.
- Vamos, hay un club por aquí cerca que es muy interesante para mí - sonreí, ese muchacho no sabía a dónde le iba a llevar.
Llegamos a la calle Downroad, allí había clubes por todas partes, no me imaginaría vivir allí, parecía que los locales nunca cerraban. Me detuve ante un letrero rosa luminoso que anunciaba: Club Girl Smile.
- ¿Es un club de lesbianas? - Gerard hizo una mueca.
- No, peor aún - sonreí y mostré mis afilados colmillos -. Un club feminista.
- No pienso entrar ahí, me da igual dormir en la calle... - Gerard comenzó a girarse, lo agarré del brazo y tiré de él hasta meterlo en el club. Sus gritos no me impidieron parar.
Nada más entrar, todas las chicas comenzaron a mirar mal a Gerard, el pobre muchacho se limitaba a mirar al suelo con tal de no ver las miradas asesinas que iban dirigidas a él.
- ¿Sabes en qué se parece un hombre a una escoba? Si le quitas el palo no sirve - un coro de risas resonó a mi izquierda, unas muchachas no hacían más que contarse chistes feministas, me reí, era cierto en algunos hombres.
Gerard frunció el entrecejo, pero siguió mirando al suelo.
- ¡Eh, chaval! - Chilló una chica bajita que casualmente pasó junto a Gerard -. ¿Qué coño te crees que estás haciendo?
- ¿Perdón? - Gerard la miró a la cara asustado.
- ¡Me estabas mirando el escote! - La chica lo empujó, no logró moverle un milímetro, Gerard era musculoso.
En realidad, Gerard miraba al suelo, pero era tan alto que miraba a la gente por encima del hombro, la muchacha se había pensado mal. Debía de medir dos metros por lo menos... Me dio lástima y hablé para defenderle.
- Estaba mirando al suelo - le dije a la chica. Ella me lanzó una mirada fría. ¿Cómo se atrevía a mirarme así el retaco presumido ese?
- Perdona, zorra, no hablaba contigo - ¿Zorra? ¿Me había llamado zorra?
- Me cago en tu puta madre, que es la auténtica zorra por dejarte vivir - le enseñé los dientes a la chica, que huyó espantada al ver los colmillos.
- Cualquiera se mete contigo - la voz de Gerard sonaba ahogada, como si estuviera aguantándose la risa.
- Vámonos, ya me he cabreado.
Tiré de él con fuerza y lo saqué del club, fuera nos encontramos con la chica hablando con unos policías.
- ¡Esa es, guardia! - Los policías nos miraron con los ojos entornados.
- ¡Alto! ¡Deténganse!
¡Y una mierda! ¡La poli ni me iba a trincar ni me iba a encerrar en una celda para que me convirtiera en polvillo a la salida del sol! Agarré el brazo de Gerard con fuerza y lo arrastré corriendo calle arriba.
Tardamos una hora en deshacernos de los guardias. Estaba hasta las narices de la policía, se creían que podían trincarme. Seguí corriendo hasta que noté que Gerard jadeaba, me paré en seco y me vi golpeada por una mole enorme. Me tambaleé un segundo antes de recuperar el equilibrio.
- Lo siento - dijo Gerard con la voz entrecortada.
Anduvimos por los clubes vampíricos buscando información sobre Botiche, nada. Me empecé a poner nerviosa en cuanto noté el cosquilleo que anunciaba que el amanecer estaba cerca. Solté una maldición y corrí todo lo que pude, con un cansado Gerard pisándome los talones.
Llegué al portal del bloque de pisos en el que vivía. No había puerta, algún vándalo la había arrancado hacía unos meses. Subí los escalones de tres en tres al tiempo que notaba que iba amaneciendo, busqué las llaves de mi puerta y me di cuenta que las había perdido. ¡No! Estaba amaneciendo y había un ventanal enorme en el rellano.
Gerard llegó jadeando y me miró con ojos cansados.
- ¿Este es tu piso? - Asentí con la cabeza. Gerard se percató de mi angustia -. ¿Qué ocurre? ¿Por qué no entras?
- He perdido... las llaves.
- A ver, apártate - por un momento creí que iba a echar la puerta abajo hasta que vi que sacaba un alambre muy fino de uno de los bolsillos interiores de su chaqueta.
Gerard estuvo unos minutos trasteando con la cerradura de la puerta hasta que sóno un ¡clic! y la puerta se abrió de par en par. Me embriagó un estado de euforia increíble. Entré como un rayo al apartamento. Dos minutos después amaneció y me di cuenta que había dejado pasar a Gerard.
- ¿No te vas a ir a casa? - Le pregunté entornando los ojos.
- No tengo casa.
- ¿Por qué? - Percibí un brillo extraño en los ojos de Gerard.
- Botiche es el causante - el dolor que pasó por los ojos de Gerard me hizo sentir compasión por él -. Mi madre, hace veintiún años se quedó embarazada. De mí. La noche en que nací le pilló justamente en plena calle, de noche. Una banda de vampiros olió la sangre desde lejos. La mordieron y la dejaron con vida, a mí no me hicieron nada, no les dio tiempo a hacerme daño o a matar a mi madre. Unos policías aparecieron en el momento en que la mordieron. Siendo una vampira, mi madre me crió ella sola. Trabajaba de prostituta para poder mantenerme. Hace unos meses Botiche descubrió que una vampira había vivido con un humano, ya que eso esta prohibido, se informó, supo que era mi madre y fue a buscarla.
>> Botiche se presentó en el pequeño apartamento cochambroso en el que vivíamos hace tan sólo dos meses, mató a mi madre delante de mis propios ojos sin que yo pudiera hacer nada y me amenazó de muerte si me volvía a ver con un vampiro. Al día siguiente volvía a mi casa después de buscar ayuda durante todo el día, ya había anochecido. A tan sólo una manzana del bloque de apartamentos vi que había un incendio. La columna de humo contaminaba todo el aire en tres manzanas. Al llegar vi que era el bloque de apartamentos en el que yo vivía el que ardía.
Permanecí en silencio durante unos minutos, aquel chico había visto a morir a su madre sin poder evitarlo y se había quedado sin casa. ¡Hacía dos meses! No podía echarlo de mi casa.
- Entonces, ¿tienes veintiún años?
- No, veinte, a punto para hacer veintiuno - Gerard miraba al suelo.
- Siento lo de tu madre... y lo de tu casa...
- No me importa el maldito bloque, mi madre era maravillosa - noté un golpeo en el suelo y vi que había una gota. Gerard lloraba.
Por instinto, lo rodeé con los brazos y lo atraje hacia mí. El me devolvió el abrazo.
- Gracias... - dijo en un susurro que hubiera resultado inaudible para cualquier humano, pero mi oído era muy agudo.
- Puedes quedarte todo el tiempo que quieras - aún lo abrazaba, no podía soltarlo, me daba lástima.
- No lo hagas por lástima - se separó de mí y me miró con frialdad -. He vivido durante dos meses en la calle.
- Está bien, no lo haré por lástima - Gerard enarcó una ceja -. Es una orden.
Se rió en mi cara, pero paró de reirse al ver mi mirada asesina.
- ¿Dejas que me quede? - Vi el dolor en sus ojos y asentí. Gerard sonrió, tenía una sonrisa bonita.
- Me voy a la cama, necesito reponer fuerzas para el amanecer, la casa es tuya - me levanté y me dirigí al dormitorio.
- ¿Duermes en un ataúd? - La pregunta de Gerard me hizo girarme bruscamente.
- Soy una vampira, no una muerta - lo fulminé con la mirada -. Lo de los ataúdes es un mito, también puedo comer comida y beber cualquier cosa que no sea sangre. Lo único que no puedo pasear a la luz del sol.
- Lo siento - observé como Gerard se acomodaba en el sofá y me reí.
- Hay una habitación allí, con cama - señalé una puerta.
- ¿Puedo dormir contigo?
- ¿Perdón? - Enarqué una ceja como si me molestara, aunque no era mala idea, siempre pasaba las noches sola.
- Nada, que me voy a dormir a la otra habitación.
Gerard se levantó y se encerró en la habitación para invitados. Sonreí antes de cerrar la puerta de mi habitación. Me desnudé, me cambié de braguitas y me puse una camiseta vieja y enorme que siempre usaba para dormir. Me tumbé en la cama para sonar despierta antes de conciliar el sueño.
Pensé en Gerard y en matar a Botiche, tenía un clan muy numeroso y yo sólo era una y Gerard, pero él no era un vampiro, no poseía nuestra fuerza, nuestros reflejos y nuestra agilidad.
Me giré de costado y me quedé hecha un ovillo. Noté un olor raro impregnado en mi piel. El olor de Gerard. Ese muchacho olía bastante bien. Antes de dormirme por completo me asaltaron unas ideas muy perversas y graciosas.
viernes, 3 de agosto de 2012
Evelynn Careway's Life. Capítulo Segundo
Richard estaba armado con un rifle.
Jean me miró, me escupió y me llamó zorra. Richard le disparó en el hombro derecho, Jean cayó al suelo tosiendo, probablemente le perforó el pulmón. Llamé a gritos a uno de mis mayordomos, que vino apresuradamente y se quedó petrificado al ver a Richard con un arma y a Jean en el suelo, que ahora yacía inmóvil.
- ¿Careway? - La voz de Richard sonaba temblorosa -. Me debes una explicación.
No sabía qué podía decirle, en tres años Richard había dejado crecer su barba y aún así era apuesto (informo que detesto los hombres con vello).
- Te amaba - fue lo único que pude decir.
- ¿Por eso me abandonaste?
- No, te daré una explicación.
Entramos a mi hogar, llevé a Richard al salón y mandé a la doncella servirnos un té.
Habían pasado tres años. Y yo seguía exactamente igual, Richard no paraba de mirarme asombrado.
- Estás como la última vez que te vi.
- Richard... yo... - No pude mantener la voz firme, me dolía contarle lo que era, contarle que era un monstruo.
Le relaté mi vida y el día en que me condenaron a la inmortalidad, el día en que me condenaron a ser un monstruo devorador de sangre y de la vida de personas, quizá malvadas, quizá inocentes.
Aquel día estaba con mi madre, cabalgando por las praderas y notando la suave brisa de verano en mi rostro, hasta que nos perdimos. Estaba anocheciendo y mamá no hacía más que preguntarse por dónde habíamos venido. Yo no lo sabía, nunca había cabalgado tanto como aquel día. Se hizo la noche y la oscuridad acechaba en cualquier parte, al menos se veía algo gracias a la luz de la luna.
Nuestros caballos comenzaron a pisotear el suelo con violencia y a piafar, nerviosos. Habían notado una presencia maligna y alguien o algo nos acechaba en la oscuridad. Ese algo se iba acercando, ya que nuestros caballos estaban cada vez más nerviosos. Mamá intentó controlar a su caballo, pero el maldito la tiró al suelo, bajé rápidamente de mi caballo gritando su nombre. Ella me gritó que huyera, pero yo no quería, si a mi madre le pasaba algo iba a cargar con la culpa el resto de mi vida, pero yo no sabía que mi vida nunca iba a acabar (por medios naturales).
Algo me agarró por los hombros y me lanzó por los aires, me golpeé la cabeza e intenté levantarme, pero no podía, me dolía la cabeza. Miré a mi madre, que estaba aterrada, había un hombre extraño, con el semblante pálido, junto a ella. Vi como aquel hombre levantaba una mano llena de garras... y destrozaba a mi madre a zarpazos.
Cuando el hombre terminó con mi madre se giró y me miró, se fue acercando lentamente hacia mí, intenté retroceder, pero el pánico me lo impedía. El hombre me agarró por los hombros y acercó su boca a mi cuello.
El dolor que sentí fue terrible, un sufrimiento horroroso, noté que mi cálida sangre corría por mi cuello y empecé a marearme, empecé a ver borroso y me desmayé.
Cuando desperté ya no estaba en el bosque, me encontraba en una especie de cripta, y allí estaba el hombre maligno.
Aquel hombre me explicó que era una vampira y me enseñó a serlo, a vivir sin ser descubierta y a evitar la luz del sol. Nunca volvería a ver la luz del sol, pero viviría eternamente. Odié a aquel hombre con toda mi alma (si es que tenía después de haberme convertido en lo que era) y terminé matándolo con mis propias manos.
Le conté a Richard la historia de mi vida hasta que le conocí y el por qué tuve que abandonarle. No lo tomó como yo esperaba, me sonrió, me abrazó y me prometió estar siempre junto a mí, hasta que la muerte lo separara de mi lado.
Y así fue, un día la muerte se llevó a Richard, a un viejo Richard que la vida que había pasado junto a mí la pasó suplicándome que le conviertiera, que le hiciera como yo. Por supuesto se lo negué.
Mientras rememoraba mi vida me di cuenta que ya no estaba en la calle Fridsewall, que acababa de entrar, sin darme cuenta, en el club nocturno "Midnight". Un club en el que la droga estaba por todas partes y el olor a marihuana era casi insoportable, pero había buenas presas que cazar, y aquello me gustaba.
No me había vuelto a enamorar después de Richard, sólo amores que terminaron en un desenlace sangriento y yo, saciada mi hambre, enterraba los cuerpos.
Vi que un muchacho joven y apuesto se acercaba a bailar, acepté bailar sensualmente con él, quizá pudiera llevármelo a la cama y después darle un final trágico y doloroso, pero no me importaba, él se lo había buscado.
Empezó a bailar conmigo y a hacerme gestos para que me moviera más rápido, pude ver un brillo en su ojos y una mirada lasciva. Aquel muchacho no sabía dónde se metía. Me preguntó mi nombre, Eve, le respondí y el me dijo algo parecido a Gerard.
Cuando llevábamos una media hora bailando, quizá más tiempo, me invitó a dar un paseo fuera, ya que allí había mucha gente y con el ruido de la música no podríamos hablar. Acepté, no me gustaba que me vieran asesinando a alguien en un club. Me reí.
Salimos fuera y comenzamos a pasear tranquilamente por la calle, noté algo raro en aquel muchacho, lo había visto dentro del club, me pareció ver un cuchillo.
Gerard me aprisionó contra la pared cuando perdimos de vista el club, sacó el cuchillo que me había parecido ver y lo puso sobre mi garganta.
- ¡Asquerosa chupasangre! - Me gritó.
- Yo no elegí esta vida - me mantuve firme, pero alarmada.
- ¿Dónde está el resto? - Gerard apretó el cuchillo.
- No sé de qué me hablas - sonaba a mentira, pero era verdad, ¿qué resto? -. Si tienes algún problema con un clan yo no tengo la culpa, no es asunto mío los líos en los que os metáis los humanos.
- ¿No eres del clan de Botiche? - Vi un pequeño destello de decepción en sus ojos.
- Botiche es un hijo de puta - Botiche era el jefe de un clan de vampiros que se creían más que nadie cuando yo misma había tumbado a Botiche en dos movimientos -. Yo estoy sola.
Gerard se separó de mí, tan pronto como lo hizo cambié la postura y lo empotré contra la pared.
- Vuelta a la tortilla - me reí.
- ¡Suéltame! - Gerard forcejeaba.
- ¿Tienes algo contra Botiche? Puedo hacer que venga ahora mismo y ya te habría matado antes de que él llegase.
- Mató a alguien muy importante para mí, quiero venganza - noté que estaba ahogando al muchacho y lo solté. Se llevó la mano a la garganta.
- No te preocupes, no te he mordido - me di la vuelta y comencé a caminar calle abajo, no estaba muy lejos de mi casa.
- ¡Espera! - Me giré para mirar al chico -. ¿No vas a ayudarme?
- ¿Por qué tendría que hacerlo?
- No lo sé, creo que no te cae muy bien Botiche... - Gerard tenía razón, repugnaba a ese cabrón.
Algo en la mirada del muchacho me recordó a Richard, tenía los ojos verdes, como él. Eran casi iguales y sentí lástima por aquel chico.
- Acompáñame, si amanece me convertiré en un montón de cenizas.
Gerard me siguió calle abajo.
Jean me miró, me escupió y me llamó zorra. Richard le disparó en el hombro derecho, Jean cayó al suelo tosiendo, probablemente le perforó el pulmón. Llamé a gritos a uno de mis mayordomos, que vino apresuradamente y se quedó petrificado al ver a Richard con un arma y a Jean en el suelo, que ahora yacía inmóvil.
- ¿Careway? - La voz de Richard sonaba temblorosa -. Me debes una explicación.
No sabía qué podía decirle, en tres años Richard había dejado crecer su barba y aún así era apuesto (informo que detesto los hombres con vello).
- Te amaba - fue lo único que pude decir.
- ¿Por eso me abandonaste?
- No, te daré una explicación.
Entramos a mi hogar, llevé a Richard al salón y mandé a la doncella servirnos un té.
Habían pasado tres años. Y yo seguía exactamente igual, Richard no paraba de mirarme asombrado.
- Estás como la última vez que te vi.
- Richard... yo... - No pude mantener la voz firme, me dolía contarle lo que era, contarle que era un monstruo.
Le relaté mi vida y el día en que me condenaron a la inmortalidad, el día en que me condenaron a ser un monstruo devorador de sangre y de la vida de personas, quizá malvadas, quizá inocentes.
Aquel día estaba con mi madre, cabalgando por las praderas y notando la suave brisa de verano en mi rostro, hasta que nos perdimos. Estaba anocheciendo y mamá no hacía más que preguntarse por dónde habíamos venido. Yo no lo sabía, nunca había cabalgado tanto como aquel día. Se hizo la noche y la oscuridad acechaba en cualquier parte, al menos se veía algo gracias a la luz de la luna.
Nuestros caballos comenzaron a pisotear el suelo con violencia y a piafar, nerviosos. Habían notado una presencia maligna y alguien o algo nos acechaba en la oscuridad. Ese algo se iba acercando, ya que nuestros caballos estaban cada vez más nerviosos. Mamá intentó controlar a su caballo, pero el maldito la tiró al suelo, bajé rápidamente de mi caballo gritando su nombre. Ella me gritó que huyera, pero yo no quería, si a mi madre le pasaba algo iba a cargar con la culpa el resto de mi vida, pero yo no sabía que mi vida nunca iba a acabar (por medios naturales).
Algo me agarró por los hombros y me lanzó por los aires, me golpeé la cabeza e intenté levantarme, pero no podía, me dolía la cabeza. Miré a mi madre, que estaba aterrada, había un hombre extraño, con el semblante pálido, junto a ella. Vi como aquel hombre levantaba una mano llena de garras... y destrozaba a mi madre a zarpazos.
Cuando el hombre terminó con mi madre se giró y me miró, se fue acercando lentamente hacia mí, intenté retroceder, pero el pánico me lo impedía. El hombre me agarró por los hombros y acercó su boca a mi cuello.
El dolor que sentí fue terrible, un sufrimiento horroroso, noté que mi cálida sangre corría por mi cuello y empecé a marearme, empecé a ver borroso y me desmayé.
Cuando desperté ya no estaba en el bosque, me encontraba en una especie de cripta, y allí estaba el hombre maligno.
Aquel hombre me explicó que era una vampira y me enseñó a serlo, a vivir sin ser descubierta y a evitar la luz del sol. Nunca volvería a ver la luz del sol, pero viviría eternamente. Odié a aquel hombre con toda mi alma (si es que tenía después de haberme convertido en lo que era) y terminé matándolo con mis propias manos.
Le conté a Richard la historia de mi vida hasta que le conocí y el por qué tuve que abandonarle. No lo tomó como yo esperaba, me sonrió, me abrazó y me prometió estar siempre junto a mí, hasta que la muerte lo separara de mi lado.
Y así fue, un día la muerte se llevó a Richard, a un viejo Richard que la vida que había pasado junto a mí la pasó suplicándome que le conviertiera, que le hiciera como yo. Por supuesto se lo negué.
Mientras rememoraba mi vida me di cuenta que ya no estaba en la calle Fridsewall, que acababa de entrar, sin darme cuenta, en el club nocturno "Midnight". Un club en el que la droga estaba por todas partes y el olor a marihuana era casi insoportable, pero había buenas presas que cazar, y aquello me gustaba.
No me había vuelto a enamorar después de Richard, sólo amores que terminaron en un desenlace sangriento y yo, saciada mi hambre, enterraba los cuerpos.
Vi que un muchacho joven y apuesto se acercaba a bailar, acepté bailar sensualmente con él, quizá pudiera llevármelo a la cama y después darle un final trágico y doloroso, pero no me importaba, él se lo había buscado.
Empezó a bailar conmigo y a hacerme gestos para que me moviera más rápido, pude ver un brillo en su ojos y una mirada lasciva. Aquel muchacho no sabía dónde se metía. Me preguntó mi nombre, Eve, le respondí y el me dijo algo parecido a Gerard.
Cuando llevábamos una media hora bailando, quizá más tiempo, me invitó a dar un paseo fuera, ya que allí había mucha gente y con el ruido de la música no podríamos hablar. Acepté, no me gustaba que me vieran asesinando a alguien en un club. Me reí.
Salimos fuera y comenzamos a pasear tranquilamente por la calle, noté algo raro en aquel muchacho, lo había visto dentro del club, me pareció ver un cuchillo.
Gerard me aprisionó contra la pared cuando perdimos de vista el club, sacó el cuchillo que me había parecido ver y lo puso sobre mi garganta.
- ¡Asquerosa chupasangre! - Me gritó.
- Yo no elegí esta vida - me mantuve firme, pero alarmada.
- ¿Dónde está el resto? - Gerard apretó el cuchillo.
- No sé de qué me hablas - sonaba a mentira, pero era verdad, ¿qué resto? -. Si tienes algún problema con un clan yo no tengo la culpa, no es asunto mío los líos en los que os metáis los humanos.
- ¿No eres del clan de Botiche? - Vi un pequeño destello de decepción en sus ojos.
- Botiche es un hijo de puta - Botiche era el jefe de un clan de vampiros que se creían más que nadie cuando yo misma había tumbado a Botiche en dos movimientos -. Yo estoy sola.
Gerard se separó de mí, tan pronto como lo hizo cambié la postura y lo empotré contra la pared.
- Vuelta a la tortilla - me reí.
- ¡Suéltame! - Gerard forcejeaba.
- ¿Tienes algo contra Botiche? Puedo hacer que venga ahora mismo y ya te habría matado antes de que él llegase.
- Mató a alguien muy importante para mí, quiero venganza - noté que estaba ahogando al muchacho y lo solté. Se llevó la mano a la garganta.
- No te preocupes, no te he mordido - me di la vuelta y comencé a caminar calle abajo, no estaba muy lejos de mi casa.
- ¡Espera! - Me giré para mirar al chico -. ¿No vas a ayudarme?
- ¿Por qué tendría que hacerlo?
- No lo sé, creo que no te cae muy bien Botiche... - Gerard tenía razón, repugnaba a ese cabrón.
Algo en la mirada del muchacho me recordó a Richard, tenía los ojos verdes, como él. Eran casi iguales y sentí lástima por aquel chico.
- Acompáñame, si amanece me convertiré en un montón de cenizas.
Gerard me siguió calle abajo.
martes, 31 de julio de 2012
Evelynn Careway's Life. Capítulo primero
Vivo en la más oscura de las zonas de una ciudad.
Caminaba por la calle Fridsewall, con mi elegante vestido negro y mis caros zapatos de tacón. No tendría nada elegante con lo que salir a la calle si no hubiera sido por Mr. Dorren, aquel ricachón que me regaló toda la ropa de su fallecida esposa poco antes de morir él, por suerte teníamos la misma talla.
Me había ganado la poca pasta que tenía limpiando la casa de los Dorren cada noche, lo cierto es que no podía y no podré salir a la calle de día. Soy una criatura del submundo, un no-muerto, un vivo helado, un chupasangre o una Hija de la Noche; como más le apetezca a los humanos llamarme, aunque prefiero que me llamen por mi nombre: Evelynn Careway.
Así me llamó mi madre al dar a luz, sobre 1652; el año en el que se fundó la Ciudad del Cabo.
Mi apellido era McSean, soy irlandesa. McSean se interpreta como Mac Seán, hijo de Seán; son nombres familiares que nos identificaban con padres o abuelos, ya que mi madre se apellidaba O'Aden (Ó Aidan; nieta de Aidan).
Me cambié el apellido rondando 1738, cuando conocí a un simpático y amable hombre que me regaló uno de los pocos relojes de cuco o cucú que Franz Ketterer había inventado. Le conocí en mi llegada a Londres, había ganado unas tierras allí para venderlas por una mayor cantidad de dinero y así no caer en la ruina.
Ya había encontrado un comprador y me paseaba por la húmeda y fría Londres en busca de una alguna tienda de decorados para añadir un toque moderno y actual a mi hogar en Belfast. Encontré un escaparate en el que se podía leer "Antigüedades". Perfecto, me encantaba tener algo histórico en mi casa. Al entrar un hombre corpulento me sonrió y se presento besando mi mano, era todo un caballero, nunca le había olvidado y nunca le olvidaría, a Richard Careway.
Le pedí algo bonito y caro que quedase bien en mi hogar, el cual le describí como una niña de seis años que acaba de encontrar su fantástico reino misterioso e imaginario. Me comentó que había recibido unos nuevos relojes de pared, llamados relojes de cucú. Yo buscaba algo antiguo, pero los ojos verdes de Richard eran tan hipnotizadores que tuve que pedirle que me mostrase el reloj.
Como era un nuevo artilugio iba a ser caro y decidí preguntarle por el precio, me miró con una sonrisa perfecta y me dijo que si aceptaba tener una cita con él me regalaría el reloj. Acepté, no por el reloj sino por aquel apuesto morenazo de ojos verdes.
Richard era apuesto, amable, tenía sentido del humor y me hacía reír, por no hablar de que era increíblemente apuesto y sexy. No necesitaba saber que era mi hombre ideal, mi cuerpo me lo decía.
Siempre recordaré la noche en que lo abandoné, cuando el Aquelarre de los Vampiros de Londres me visitó. Yo paseaba desnuda por la casa de Richard, bueno, más que una casa era un apartamento cochambroso, pero a mi me gustaba porque Richard vivía en él. Acabábamos de pasar unos momentos muy íntimos y Richard se había dormido al instante, así que bajé a por una copa de vino para distraerme, pero me encontré al jefe del Aquelarre y me obligó a abandonar a aquel humano o a convertirlo. No quería que Richard fuera como yo, me odiaba, aunque tuviera que perderlo porque la muerte y los años me lo arrebatasen no me importaba, tenía planeada mi muerte después de la suya.
Tuve que dejar una nota junto a la cama, no podía decirle lo que pasaba, no podía decirle que era un vampiro, no podía darle aquel disgusto. Me llevé su regalo y regresé a Belfast depresiva.
Tres años después, al volver a mi hogar con mi amante francés, Jean Dumont, nos encontramos un hombre que esperaba en la entrada de mi casa, mi criada estaba asustada porque el hombre había intentado entrar y al verme corrió hacia mí llamándome "Señorita Careway". El hombre se giró y pude comprobar que era quien había temido, Richard.
Caminaba por la calle Fridsewall, con mi elegante vestido negro y mis caros zapatos de tacón. No tendría nada elegante con lo que salir a la calle si no hubiera sido por Mr. Dorren, aquel ricachón que me regaló toda la ropa de su fallecida esposa poco antes de morir él, por suerte teníamos la misma talla.
Me había ganado la poca pasta que tenía limpiando la casa de los Dorren cada noche, lo cierto es que no podía y no podré salir a la calle de día. Soy una criatura del submundo, un no-muerto, un vivo helado, un chupasangre o una Hija de la Noche; como más le apetezca a los humanos llamarme, aunque prefiero que me llamen por mi nombre: Evelynn Careway.
Así me llamó mi madre al dar a luz, sobre 1652; el año en el que se fundó la Ciudad del Cabo.
Mi apellido era McSean, soy irlandesa. McSean se interpreta como Mac Seán, hijo de Seán; son nombres familiares que nos identificaban con padres o abuelos, ya que mi madre se apellidaba O'Aden (Ó Aidan; nieta de Aidan).
Me cambié el apellido rondando 1738, cuando conocí a un simpático y amable hombre que me regaló uno de los pocos relojes de cuco o cucú que Franz Ketterer había inventado. Le conocí en mi llegada a Londres, había ganado unas tierras allí para venderlas por una mayor cantidad de dinero y así no caer en la ruina.
Ya había encontrado un comprador y me paseaba por la húmeda y fría Londres en busca de una alguna tienda de decorados para añadir un toque moderno y actual a mi hogar en Belfast. Encontré un escaparate en el que se podía leer "Antigüedades". Perfecto, me encantaba tener algo histórico en mi casa. Al entrar un hombre corpulento me sonrió y se presento besando mi mano, era todo un caballero, nunca le había olvidado y nunca le olvidaría, a Richard Careway.
Le pedí algo bonito y caro que quedase bien en mi hogar, el cual le describí como una niña de seis años que acaba de encontrar su fantástico reino misterioso e imaginario. Me comentó que había recibido unos nuevos relojes de pared, llamados relojes de cucú. Yo buscaba algo antiguo, pero los ojos verdes de Richard eran tan hipnotizadores que tuve que pedirle que me mostrase el reloj.
Como era un nuevo artilugio iba a ser caro y decidí preguntarle por el precio, me miró con una sonrisa perfecta y me dijo que si aceptaba tener una cita con él me regalaría el reloj. Acepté, no por el reloj sino por aquel apuesto morenazo de ojos verdes.
Richard era apuesto, amable, tenía sentido del humor y me hacía reír, por no hablar de que era increíblemente apuesto y sexy. No necesitaba saber que era mi hombre ideal, mi cuerpo me lo decía.
Siempre recordaré la noche en que lo abandoné, cuando el Aquelarre de los Vampiros de Londres me visitó. Yo paseaba desnuda por la casa de Richard, bueno, más que una casa era un apartamento cochambroso, pero a mi me gustaba porque Richard vivía en él. Acabábamos de pasar unos momentos muy íntimos y Richard se había dormido al instante, así que bajé a por una copa de vino para distraerme, pero me encontré al jefe del Aquelarre y me obligó a abandonar a aquel humano o a convertirlo. No quería que Richard fuera como yo, me odiaba, aunque tuviera que perderlo porque la muerte y los años me lo arrebatasen no me importaba, tenía planeada mi muerte después de la suya.
Tuve que dejar una nota junto a la cama, no podía decirle lo que pasaba, no podía decirle que era un vampiro, no podía darle aquel disgusto. Me llevé su regalo y regresé a Belfast depresiva.
Tres años después, al volver a mi hogar con mi amante francés, Jean Dumont, nos encontramos un hombre que esperaba en la entrada de mi casa, mi criada estaba asustada porque el hombre había intentado entrar y al verme corrió hacia mí llamándome "Señorita Careway". El hombre se giró y pude comprobar que era quien había temido, Richard.
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