martes, 31 de julio de 2012

Evelynn Careway's Life. Capítulo primero

Vivo en la más oscura de las zonas de una ciudad.
Caminaba por la calle Fridsewall, con mi elegante vestido negro y mis caros zapatos de tacón. No tendría nada elegante con lo que salir a la calle si no hubiera sido por Mr. Dorren, aquel ricachón que me regaló toda la ropa de su fallecida esposa poco antes de morir él, por suerte teníamos la misma talla.
Me había ganado la poca pasta que tenía limpiando la casa de los Dorren cada noche, lo cierto es que no podía y no podré salir a la calle de día. Soy una criatura del submundo, un no-muerto, un vivo helado, un chupasangre o una Hija de la Noche; como más le apetezca a los humanos llamarme, aunque prefiero que me llamen por mi nombre: Evelynn Careway.
Así me llamó mi madre al dar a luz, sobre 1652; el año en el que se fundó la Ciudad del Cabo.
Mi apellido era McSean, soy irlandesa. McSean se interpreta como Mac Seán, hijo de Seán; son nombres familiares que nos identificaban con padres o abuelos, ya que mi madre se apellidaba O'Aden (Ó Aidan; nieta de Aidan).
Me cambié el apellido rondando 1738, cuando conocí a un simpático y amable hombre que me regaló uno de los pocos relojes de cuco o cucú que Franz Ketterer había inventado. Le conocí en mi llegada a Londres, había ganado unas tierras allí para venderlas por una mayor cantidad de dinero y así no caer en la ruina.
Ya había encontrado un comprador y me paseaba por la húmeda y fría Londres en busca de una alguna tienda de decorados para añadir un toque moderno y actual a mi hogar en Belfast. Encontré un escaparate en el que se podía leer "Antigüedades". Perfecto, me encantaba tener algo histórico en mi casa. Al entrar un hombre corpulento me sonrió y se presento besando mi mano, era todo un caballero, nunca le había olvidado y nunca le olvidaría, a Richard Careway.
Le pedí algo bonito y caro que quedase bien en mi hogar, el cual le describí como una niña de seis años que acaba de encontrar su fantástico reino misterioso e imaginario. Me comentó que había recibido unos nuevos relojes de pared, llamados relojes de cucú. Yo buscaba algo antiguo, pero los ojos verdes de Richard eran tan hipnotizadores que tuve que pedirle que me mostrase el reloj.
Como era un nuevo artilugio iba a ser caro y decidí preguntarle por el precio, me miró con una sonrisa perfecta y me dijo que si aceptaba tener una cita con él me regalaría el reloj. Acepté, no por el reloj sino por aquel apuesto morenazo de ojos verdes.
Richard era apuesto, amable, tenía sentido del humor y me hacía reír, por no hablar de que era increíblemente apuesto y sexy. No necesitaba saber que era mi hombre ideal, mi cuerpo me lo decía.
Siempre recordaré la noche en que lo abandoné, cuando el Aquelarre de los Vampiros de Londres me visitó. Yo paseaba desnuda por la casa de Richard, bueno, más que una casa era un apartamento cochambroso, pero a mi me gustaba porque Richard vivía en él. Acabábamos de pasar unos momentos muy íntimos y Richard se había dormido al instante, así que bajé a por una copa de vino para distraerme, pero me encontré al jefe del Aquelarre y me obligó a abandonar a aquel humano o a convertirlo. No quería que Richard fuera como yo, me odiaba, aunque tuviera que perderlo porque la muerte y los años me lo arrebatasen no me importaba, tenía planeada mi muerte después de la suya.
Tuve que dejar una nota junto a la cama, no podía decirle lo que pasaba, no podía decirle que era un vampiro, no podía darle aquel disgusto. Me llevé su regalo y regresé a Belfast depresiva.
Tres años después, al volver a mi hogar con mi amante francés, Jean Dumont, nos encontramos un hombre que esperaba en la entrada de mi casa, mi criada estaba asustada porque el hombre había intentado entrar y al verme corrió hacia mí llamándome "Señorita Careway". El hombre se giró y pude comprobar que era quien había temido, Richard.

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